Las paredes lloran el sudor de los reos, la comida una vez más llega podrida a sus manos, el dolor de las heridas perdonan al cuerpo, pero solo dispuestas a sanar con el tiempo. Miradas no vuelven a cruzarse cara a cara, sonreír ahora solo representa un desafío, mientras los recuerdos se convierten en lo único inmortal entre la oscuridad.
En el pabellón llamado el “Búnker”, ubicado en la Cárcel del estado Trujillo, la libertad sí tiene definición. Y también metros, 7 de largo por 3 de ancho. La espera trastoca al agonizante corazón y ganarse unos centímetros de concreto para el descanso, cuesta tanto como entender que allí adentro no pueden volver a confiar en nadie.
En ese lugar, el contacto con una sábana es la máxima caricia y las horas de sol se cuentan una a una por un orificio en el techo de platabanda. 20 pulgadas de luz, el resto forrado de unos 140 presos que fallaron con el pago de “la causa”.
Barbudos, mechudos, resignados y casi sin aliento deciden comer bajo cualquier condición, esperar 40 minutos a que se llene un balde de agua para lograr limpiar la piel. Sin ser atendidos por cuerpos médicos, recurren a la pega que al sellar genere cicatrices. Las infecciones producidas por tanta humedad y óxido, a los meses hacen que las primeras despedidas sean a una parte del cuerpo.
“Varios perdieron la pierna en el Búnker. Sitio ubicado hacía abajo, pero no tanto como un sótano. La mayoría entra por el Pran. Único lugar donde un preso que mete preso a otro preso. Ese espacio antes era una heladería, y para defenderse solo se tiene el filo que se saque al cepillo de dientes”.
Describe uno de los reclusos, quien prefiere mantener su identificación en reserva. Ese Búnker -cuenta otro de sus compañeros– existe desde hace unos 3 años, está totalmente cerrado con un candado ajustado a una puerta sencilla, pero al frente hay un Garitero, especie de vigilante con arma de fuego que no permite que entre o salga nada ni nadie, y él tampoco pertenece a algún cuerpo de seguridad del Estado.
La mayoría de los presos en ese pabellón solo usa ropa interior, pues el calor es el visitante permanente ¿el único derecho? la llamada semanal a un familiar para oír “si ya consiguió la plata”. Esa la esperanza de abandonar el infierno sobre la tierra, como allí lo llaman.
La causa
La causa son 2 mil Bolívares a la semana, se paga los domingos. En 2015 estaba en mil y este año subió el 100%, al igual que todos los precios, cuentan. Todo este dinero va para el Pran y representa una vacuna para “estar tranquilo” en el recinto penitenciario.
“Sí estás al día, nadie se mete contigo. Puedes vivir tranquilo”, expresan. Destacan que también pueden pasar el “código del pago”, lo que supone que las familias no solo llevan el dinero en efectivo, sino también realizan transferencias bancarias.
En cifras del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP) en el retén de Trujillo hay un hacinamiento de mil 668 reclusos, lo que significa que el presunto Pran recibe semanal un monto de 3 millones 336 mil bolívares, que al mes suman 13 millones 344 mil de bolívares, el equivalente al precio de un apartamento.
Los luceros
La fiesta no se acaba con el amanecer. La pernocta “se disfruta cada rial”. De dos a tres días la entrada por persona cuesta Bs. 5 mil y pasa todo el que quiera entrar “al mundo”.
Las mujeres menean las caderas al roce de las pistolas, dos motos suben y bajan una especie de rampas que hicieron para no perder el sabor de la calle, y el sonido se eleva tanto en el recinto que hasta las discotecas podrían envidiar.
“Jajaja, es mejor que un barrio de Caracas. No llega la policía a dañar la cosa –se muerden los labios-. Vienen mujeres a prostituirse por horas, por ratos…unas son bonitas, bueno pal´ preso todas las mujeres son bonitas”, destaca uno de los privados de libertad y dice que en diciembre el bochinche es con la familia completa, donde tampoco interfieren los policías, a quienes califican como delincuentes con licencia.
Tienen un gimnasio, hace 4 años instalaron también una gran piscina armable. Dentro del recinto hay heladería, licorería, ventas de comida chatarra, parrillas, empanadas…y quien tiene televisor puede pagar el servicio de cable. Solo deben pasar una cuota de ganancias “a ya saben quién”.
A los 7 años preso, Álvaro Montilla, alias “el Loro”, solo recibe la visita de una “miss”, una supuesta modelo que cuando pasa nadie puede voltear a ver. Mirar a la mujer del otro es comprometer la vida, ser llamado “a capítulo” y recibir una tortura. Ejemplo, “pelas” en grupo hasta que caigan inconscientes. Muchos mueren a los días, y la excusa es que fue una riña.
La visita en la cárcel: es sagrada. Las humillaciones, constantes. Hasta hay perros pitbull para que quienes se metan a valientes, o a vender droga sin permiso. Dejan que los perros les caigan a mordiscos y no los agarran hasta escuchar el quiebre de los huesos.
En otros penales hay iglesias de restauración, los sacan “del mal” si buscan de Dios y se sujetan de la Biblia. No importa lo malo que hagan, si ingresan a la iglesia, tienen seguridad. Pero en Trujillo, aunque también está presente la religión, eso no pasa.
Para pelear también necesitan el permiso del Pran, fijan hora y comienzan. Cuando hay sangre, paran. Eso es por diversión. Sí existen roces entre dos, allí sí les dan un cuchillo a cada uno, a cortarse donde sea, el primero que mate, ese es “el mejor”, gana puntos y “lo ponen bien”, así se forman los luceros.
“Los luceros son los que rodean al Loro, de 20 a 30. 4 principales”, enumera uno de los reclusos. Se identifican por ser de alta peligrosidad. Los requisitos son ser homicidas, saber manipular un arma, tener jerarquía como traficantes…Para pertenecer a ellos y “caminar en el carro”, deben buscar a uno que los recomiende.
La mayoría son de Trujillo, también hay muchos maracuchos y de San Cristóbal. “Para estar bien adentro, hay que tener plata”, señalan, y si tienen abundante dinero o cayeron por una gran cantidad de droga, se merecen un buen recibimiento. “Recuerdo a uno de la cementera, como hablaba alemán e inglés, entonces aportaba y lo trataron bien”, relata.
Explican que extorsionar allí es fácil, y tener un celular es “aún más fácil”, de eso sí goza la mayoría. Pero sin regalar mensajes, porque si le envían algo a la mujer de otro, pierden.
La mayoría de los reclusos tienen entre 18 y 25 años. Cayeron por droga o robo. Al de más avanzada edad que ven es a un colombiano de 64 años. Unos corren con la suerte de pasar solo 45 días en el recinto, a otros el tic tac se les extiende a 3 y 4 años en espera del procedimiento y juicio.
El promedio de los que más tiempo tienen allí es de 12 a 13 años, pero eso no los hace líderes. Los derechos se los ganan quienes viven “el malandreo real”.
El mayor miedo es que el Estado tome el penal, allí “se armaría la guerra”. De eso se cuidan, estiman que muere un reo cada dos meses, y a las 5 de la mañana y 6 de la tarde es cuando todo está más tranquilo, son las rondas de la Guardia Nacional y pasan el número.
Las requisas ya no son tan regulares. A los de arriba les lanzan el pitazo días previos y se encargan de esconder todo. El resto se entera 5 minutos antes, por eso nunca consiguen excesos, solo armas cortas y blancas.
La Unitaria y el pran
Es el sitio especial donde está el Pran, allí se reúne, y cuando va a “cantar una luz”, los luceros avisan y todos corren para la cancha. Allí, él habla. Hay total supervisión de la cabeza mayor, pues en cada pabellón está un sujeto apodado “piloto”, quien en clave lleva la información al principal. Sin embargo, el espacio es abierto, nadie está encerrado, ni con cadenas ni candados.
En La Unitaria, hay mesas full de “puros riales”, espejos en cada pared, closets llenos con zapatos y ropa de calidad, televisión grande, equipos de sonido, todo con aire acondicionado y el piso de cerámica. Las paredes son de barrotes, están divididos los cuartos con cartón piedra y el único con bloques y seguridad, es el de “El Loro”.
Nadie tiene autorización para llegar a buscarlo. Pueden hablar con él solo cuando se desplaza por el recinto y otorga la palabra. Se le da la mano y se le plantea la petición. La mayoría pide traslado, otros quieren hasta salir a rumbear a una discoteca con él, sí, salir fuera del penal.
“Cuentan que él ya cumplió su condena, pero prefiere morir adentro”. A su familia “se la han quitado toda”, en balaceras. Cuando entró fue por un robo y homicidio en Caracas, y ahora en el recinto como “líder delictivo”, no consume drogas, se entretiene en las redes sociales y según declaraciones, su vicio es el wkisky y las mujeres.
Describen que se la pasa en chanclas de marca, bermudas y franelilla. Todo de buena calidad. Es de contextura robusta, moreno y mediana estatura. Y aunque hay muchos otros más fornidos, solo a él le cuelgan de los brazos cadenas con granadas. “Así nadie va a tumbarle el mando”, se ríen.
En su cuello sostiene cadenas de oro, tiene anillos de oro en cada uno de los dedos y “su autoridad” se la da un arma de guerra, una R15 que lleva en la mano.
Al cumplir la condena, narran que uno de “sus causas”, quien era el segundo al mando: Luis “Mata e Coco” sí decidió salir, y a los días murió en un enfrentamiento en el municipio Escuque, estado Trujillo. “El Loro” es hermano del fallecido “El Guajiro”, David Montilla, quien a los 34 años de edad cayó abatido por los cuerpos de seguridad en el año 2012, era el más buscado en la entidad.
En el retén también hay armas FN Fal de las que tienen los guardias. Los reclusos dicen que toda la seguridad lo ve y nadie dice nada. Eso sí, arma de fuego solo poseen los que son jefes, los otros sí mucho pueden sostener un cuchillo en la mano, detallan.
La manga
Pasillo de 12 metros de largo y metro y medio de ancho, allí están los que esperan y negocian su traslado. Se cosen la boca, hacen huelga de hambre y aunque en su estadía en el retén hicieron amigos, hermanos a los que no les corre la misma sangre, pero sí les caminan las mismas ansias de libertad; entre ellos, se quitaron la vida. Les pagaron por matar y no vacilaron para disparar del gatillo. Por eso la primera pregunta de ingreso es: ¿tiene la rutina manchada? Para que cuente su expediente delictivo y de una vez saber de qué es capaz.
La planta
Lugar donde viven “los populares” solo aquellos que afuera se hicieron un nombre y adentro ya tienen el respeto ganado. En ese pabellón viven tranquilos en espera de su proceso sin traumas. En su mayoría son gente que sale en los medios de comunicación o tienen cierto “estatus” en la sociedad. Según, son los protegidos por el Director del penal. “Él mismo se encarga de ponerlos allí, no le conviene que les pase algo si son tan conocidos”, aseguran. De este director, afirman que solo saben cuándo hay alguna información relevante o cuando aprueban traslados.