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Infierno en Uribana: secuestros versus maltratos

La falta de comida llevó a que el martes 15 de marzo se produjera una protesta en la Comunidad Penitenciaria Fénix.
La falta de comida llevó a que el martes 15 de marzo se produjera una protesta en la Comunidad Penitenciaria Fénix.

Dejó como resultado cuatro reos y un custodio asesinado además de 57 heridos. El viernes, una granada explotó en el Centro Penitenciario David Viloria, Uribana. Murieron tres y hubo varios lesionados. Familiares protestan afuera y piden dialogo. Unas 30 personas se encuentran secuestradas dentro del penal

 

“Ciudadana ministra, Iris Varela, nuestra vida depende de usted. Los privados de libertad nos han tratado bien, ellos nos han suministrado galletas y agua”, son las primeras palabras, que dijo a través de un video, de una de las siete mujeres que se encuentran en calidad de rehenes en el Centro Penitenciario David Viloria, conocido como Uribana, al norte de Barquisimeto, estado Lara.

Adentro hay unas 30 personas secuestradas desde el pasado viernes. En un contacto telefónico, una de las señoras, quien no quiso identificarse, comentó ser la mayor de ellas, tiene 58 años y 24 de ellos los ha trabajado como secretaria en el sistema penitenciario. “Estamos bien pero queremos que haya diálogo para que nos suelten.

Tenemos tres días con la misma ropa, sin comer bien. La noche del sábado nos dieron tres piezas de pollo para las siete”, expresó.

Otra de las mujeres confesó que los secuestrados están en diversos sectores de la cárcel. “Yo estoy en el área de máxima seguridad”. Ella es una profesora que tiene más de 20 años dando clases en Uribana. “Tengo un hijo de 12 años de edad, es el único con el que hablé ayer”, comentó con voz quebrantada y en segundos se fue en llanto. Hizo una pausa y continuó hablando: “a las 12:40 de la madrugada del domingo nos cortaron la luz por un rato, nos asustamos mucho. Los muchachos nos están tratando bien pero no hemos comido casi nada”.

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Aseguraron desde adentro de la cárcel que no están amarradas pero sí muy nerviosas. “Lo único que ellos desean es diálogo para mediar porque no quieren más comida de penal, no quieren más humillaciones, maltratos, torturas, cortes de cabello. Están cansados del régimen penitenciario que en vez de humanizarlos los han cambiado. No quieren que los guardias nacionales detonen. En caso de hacerlo moriríamos todas. Las siete funcionarias que tienen aquí somos madres de familia”.

A ellas las tomaron como rehenes desde el pasado viernes 18 de marzo de 2016 al mediodía, cuando en el módulo dos se concretaba la visita familiar, “nosotras estábamos haciendo un censo que nos mandó el director, Óscar Briceño. En ese momento hubo una detonación y ellos nos dejaron encerradas”, dijo otra. Junto a ellas unos custodios.

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Bajo el inclemente sol esperan noticias

La vía hacia la Comunidad Penitenciaria Fénix y el Centro Penitenciario David Viloria está trancada. Un piquete de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) restringe el paso y solo se lo permite a quien esté autorizado. Ellos están con su equipo antimotín y, al frente, un grupo de familiares esperan noticias de sus allegados bajo el inclemente sol.

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La situación en el lugar es tensa, por minutos protestan, sacan pancartas, piden el cese de los supuestos maltratos a los que son sometidos los reos y sus familiares pero también que les dejen pasar comida. Gritan consignas en las que califican de asesino al director del penal, Óscar Briceño, conocido como “El Conejo”.

En los alrededores hay ranchos improvisados, construidos con palos, sabanas y toallas. Sobre los cerros, en medio de los matorrales secos, las personas se acuestan con la esperanza de que la situación se solvente. Otro grupo de presentes ora junto a los cristianos evangélicos que ahí elevan plegarias.

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María Mendoza, a quien llamaremos así para resguardar su identidad, viajó desde Barinas el miércoles 16 de marzo en la mañana cuando se enteró que hubo cinco muertos y 57 heridos. Es la madre de una mujer que se encuentra presa en el anexo femenino de la Comunidad Penitencia Fénix, la cárcel inaugurada en 2013 y que prometía ser modelo en el país, “hasta corriente le meten desde hace tiempo. Desde que están acá han sido víctimas de violaciones a la humanidad igual que nosotros”.

La dama, a quien sus arrugas en el rostro dejan entrever su avanzada edad, contó que para visitar a su hija debe pasar al menos un mes. “Cuando llegamos nos hacen revisión de comida, luego pasamos por un aparato, luego nos hacen una requisa donde nos desnudan, nos hacen saltar como ranas y abrirnos la vulva con las manos, también las nalgas… la que no se puede agachar la sientan y le hacen de todo. Posteriormente pasamos por un detector de metales como el de los aeropuertos y finalmente la comida, de nuevo la revuelcan, queda como si se le fuera a dar a un perro”.

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La mayor de los seis hijos de Mendoza cayó hace poco más de un año por el delito de drogas en Barinas, tiene 30 años de edad y tres hijas, una de 14 y unas morochas de ocho. “Ellas sufren mucho, lloran, se desesperan y a cada rato me llaman para saber de su mamá”.

Narró la mujer, que se identificó como cristiana evangélica, que los presos se llenan de rencor adentro por la forma en cómo son tratados. “Porque aquí no tienen derecho de reír, estar alegre. Aquí ni se duerme ni se vive. La levantan a las 03:00 a.m., a las 05:00 a.m. le dan un supuesto desayuno de una mini arepa tiesa con un jarrón de lo que sería café y es salado. Ha bajado mucho de peso, las encías le sangran porque le dan de tomar agua salada, ha perdido condiciones físicas. La paran de cabeza, bajo el sol la ponen a hacer el baile del tabaco: le echan agua a la cancha y la ponen a dar vueltas en el piso, lo que le causó una dislocación en el brazo derecho”. María Mendoza ahora debe retornar a su ciudad pero se quedó sin dinero, “Dios nos reparará. En las noches pernoctamos en casa de una hermana evangélica y en el día estamos aquí. Comemos lo que los demás nos dan”, confesó con tristeza.

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Historias como estas se repiten metro a metro en las adyacencias del penal. Entre la zanja por donde debería pasar el agua está acostado un grupo. Su natural y sonoro acento lo delata: son maracuchos. “Yo estaba adentro en el momento que comenzó todo en Uribana”, expresó una dama de piel morena, ojos grandes y cabello largo de color negro. “Llegué el jueves en la noche porque el viernes nos tocaba la visita a los familiares del Módulo 2. Después del mediodía, se escucharon muchos tiros y empezamos a gritar del desespero. Abracé a mi esposo y los guardias nos querían sacar”, contó la mujer. Otra joven de tez blanca, que estaba junto a ella, replicó: “nosotras fuimos las últimas en salir”.

Aseguraron que fueron los mismos custodios quienes lanzaron una granada para el módulo tres. “Muchos quedaron heridos, al rato los sacaron para el hospital (…) Mi esposo me decía que pasara lo que pasara él me quería mucho y ahí menos me quería salir”, explicó la mujer morena.

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Salieron. Quedaron alrededor de una hora al frente del recinto carcelario, cuando llegaron los motorizados de la GNB para dar refuerzo. “Luego nos persiguieron y nos querían sacar, nos pegaron, nos dieron patadas. Yo tengo un morado en la pierna izquierda porque me empujaron y caí en el piso”, discurrió la mujer del interno que trasladaron desde la cárcel de El Marite hasta Uribana en diciembre de 2015. “El esposo mío tiene casi tres años aquí y vivió la situación del ‘Coctel de la Muerte’ pero él no bebió. Se vino de un régimen abierto en Zulia porque había una huelga de sangre y pensaba que aquí estaría mejor”.

“El Conejo mató a dos”

“Para sobrevivir aquí hay que tener como cien mil bolívares porque nada más un agua cuesta 50”, dijo la morena con su acento maracucho. El gasto cada día se incrementa. Deben pagar hasta para usar un baño. Cancelan hasta 150 bolívares, según contó Inés María Figueroa, quien, al igual que las otras, llegó desde San Carlos, estado Cojedes, a mediados de la semana pasada cuando se enteró de la situación irregular. “Yo estaba el viernes afuera esperando para entrar, escuchamos las detonaciones y vimos cómo los custodios disparaban hacia adentro desde la garita. ‘El Conejo’ —director de la cárcel— mató a dos: a un chamito que venía saliendo le disparó en el toráx”, contó una joven que estaba con su mamá sentada en un cerro en un rancho improvisado.

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Sus días y noches en el lugar han sido de temor. Según su relato, el mismo viernes en la noche, los militares supuestamente los persiguieron y les dispararon perdigones para amedrentarlos. Ellos siguieron ahí. “Nos les importó que hubieran niños. Uno estaba en el carro y disparaba para adentro del vehículo”.

Otra mujer que viajó desde San Felipe, estado Yaracuy, dice que su hijo tiene un año y tres meses encarcelado en Uribana, pero los últimos tres días ha estado con una fractura en los pies y no lo han sacado al hospital. Se quejan de malos tratos, de patadas que le han dado los funcionarios castrenses, también de la falta del Gobierno nacional que, según ellos, no ha querido dialogar. “Lo único que pedimos es que les den comida, que se alimenten como debe ser, está bien, cometieron un delito y lo están pagando pero esa no es la mejor forma”.

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Entre tanto, todos siguen ahí, con esperanzas de que la situación se solucione. Adentro de la cárcel, los reos se comunican telefónicamente. Insisten en que si pronto no hay diálogo ellos van a actuar. “Esta Gobierno no sirve. Nos tratan como animales y ya estamos cansados de que nos peguen y nos humillen, solo pedimos comida y que cese la violencia, por eso tenemos esta protesta pacífica”, comentó uno de los reclusos desde sus barrotes. “No queremos que la Guardia dispare. Si lo hace van a pagar los rehenes”.

 

 

 

 

El Observatorio Venezolano de Prisiones es una organización no gubernamental, fundada en el año 2002, que tiene como principal atribución velar por el debido respeto de los derechos humanos de las personas privadas de su libertad en el territorio nacional.